SERVIR

Servir es brindarle compañía, una sonrisa, un abrazo, es tenderle la mano a alguien que lo necesita, es dar un buen consejo, es enseñar a hacer mejor las cosas, es hacer sentir mejor a alguien cuando lo necesita, Servir es Agradarle a DIOS a través de Nuestros Actos, procurando agregarle valor a las cosas simples sumándole el Corazón. Amén

jueves, 16 de diciembre de 2010

Comecial Space - SWAT



El Mundo Necesita Gente de Acción, por eso tú que perteneces a Jóvenes de Acción - Club Gaudium, demuestra el Valor que tienes.
Jóvenes debemos trabajar en Equipo y cumplir a cabalidad con los Valores del Club, para transmitir con una mejor disposición el mensaje de la Navidad y de Compartir, y de esta forma agradarle a Dios a través de las buenas obras que realicemos con los demás.

Gracias por la Atención

Cordialmente

Mauricio Esteban Muñoz

lunes, 13 de diciembre de 2010

La Vivencia Cristiana de la Navidad.

Carta enviada por el Padre Marcial Maciel, L.C, fundador de los Legionarios de Cristo y del Movimiento Regnum Christi, a todos los miembros y amigos del Movimiento sobre la Navidad.
P. Marcial Maciel, L.C.

¡Venga tu Reino!

7 de diciembre de 2005

A los miembros y amigos del Regnum Christi,
sobre la vivencia cristiana de la Navidad

Muy estimados en Jesucristo:


Hemos empezado uno de los períodos fuertes del año litúrgico, el Adviento, tiempo de preparación para celebrar el gran acontecimiento del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero.


Se percibe ya en el ambiente un aire de expectación. Las calles de las ciudades se llenan de luces, la gran maquinaria comercial que acompaña estas fiestas se pone en movimiento, la gente se afana por comprar regalos y prepararse a celebrar una gran fiesta familiar.


Entre tantos elementos externos, ¡qué fácil es dejarnos arrastrar por el trajín, los preparativos, todo el aparato externo de la celebración, y olvidarnos de la razón por la que estamos en fiesta! Por eso, los invito a detenernos un momento a considerar lo importante que es aprovechar estos días para preparar en nuestro corazón un lugar para Jesucristo.


La secularización de la Navidad


Las fiestas de Navidad son entrañables. A los hombres nos conmueve ver que Dios ha querido venir a nosotros en la humildad de un niño pequeño, que no causa temor, que inspira confianza, al que podemos acercarnos a pesar de ser pecadores, que nos revela todo el amor de Dios por sus criaturas.

La Navidad es una fiesta llena de alegría, al saber que Dios en persona viene a buscarnos, a salvarnos, para que nunca más podamos sentirnos solos o lejanos de Él. Sobre esta alegría han brotado hermosas tradiciones: el intercambio de regalos, el adorno de las casas, los cánticos, las reuniones familiares, etc.

Los naturales intereses comerciales de tales celebraciones pueden, sin embargo, transformar unas fechas tan hermosas sólo en un periodo de compras y gastos. Los centros comerciales y sus grandes ofertas son para muchos el verdadero centro de la Navidad. El mismo período de Adviento, «tiempo litúrgico de silencio, vigilancia y oración en preparación de la Navidad» (cf. Benedicto XVI,Catequesis del miércoles 30 de noviembre de 2005), se suele transformar en unas Navidades, por así decirlo, adelantadas. Los ingeniosos anuncios publicitarios no dejan oír a muchas personas aquel otro anuncio gozoso de los ángeles a los pastores: «Hoy os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor» (Lc 2, 11).

Sabemos también que existen corrientes ideológicas contrarias a la presencia de Cristo en la sociedad, que tratan de vaciar la Navidad de su alma cristiana y dejar sólo el cascarón (el elemento festivo y social). Este secularismo militante hace desaparecer de las ciudades los belenes, promueve que las referencias cristianas en las tarjetas de felicitación, en los adornos, en la propaganda, vayan difuminándose en la neblina de vagos sentimientos de paz y alegría, e incluso se esfuerza por modificar la letra de los villancicos.

«Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11). Los cristianos, que vivimos en medio del mundo sin ser del mundo, hemos de testimoniar a todos que es muy hermoso celebrar la Navidad con regalos, pero que el gran regalo de Dios al hombre es su Hijo, Jesús. Por Él estamos alegres, por Él nos felicitamos, por Él hacemos fiesta. Todos los elementos externos son para ayudarnos a celebrar que Cristo ha nacido y está con nosotros.

Quien posee esta alegría interior, porque vive desde el corazón la Navidad, es feliz aunque no tenga muchos medios para celebrarla. En la Iglesia, extendida por toda la tierra, celebran la Navidad con íntimo gozo hermanos nuestros muy pobres o perseguidos por su fe e incluso recluidos en cárceles.

Pero quien no posee esta alegría interior, todos los regalos y todas las fiestas del mundo lo dejarán vacío. Tengamos mucho o poco para celebrar, es Navidad si acogemos a Cristo en nuestro corazón.


Navidad, la fiesta del amor


Para los miembros del Regnum Christi, la Navidad reviste una carga espiritual y emotiva muy especial. Todo nuestro carisma brota de tomarnos en serio que Dios, el Omnipotente y Eterno, el Creador de todo cuanto existe, mi Creador, se ha despojado de su manto de gloria para entrar en nuestro mundo y hacerse uno de nosotros: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14).

Dios Padre, mirando con dolor cómo nos habíamos alejado de Él, ha querido enviarnos a quien Él más amaba, a su Hijo. Y todo para salvarnos del pecado, abrirnos las puertas del cielo y mostrarnos el camino de la verdadera felicidad.

«Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» (2Cor 8, 9) y, como el buen samaritano de la parábola, se inclina ante cada uno de nosotros, vapuleados en el camino de la vida y medio muertos por nuestros pecados (cf. Lc 10, 30-37). Todo esto por un solo motivo: por amor a mí y a todos los hombres, incluso a aquellos que no lo conocen o lo rechazan.

Ésta es la gran novedad del cristianismo, el hecho que divide en dos la historia de la humanidad y mi pequeña historia personal. Éste es el mensaje de la Navidad, que se hace presente en la liturgia. Es un Misterio que sólo entienden quienes se acercan a él con la sencillez de la fe y del amor, como María y José, los pastores y los magos. Sin esa sencillez nunca hubieran reconocido a Dios en aquel Niño frágil e inerme.

Os anuncio una gran alegría... (cf. Lc 2,10). Desde que Cristo se ha hecho hombre, no hay un ser humano cuya vida, por más desgraciada y dolorosa que pueda parecer, no tenga un valor infinito a los ojos de Dios. En la Navidad descubrimos que Dios vela por nosotros, que está cerca de nosotros, que nos ama personalmente, sin condiciones. Somos sus hijos.

¡Qué gran seguridad y paz, qué felicidad tan honda tiene quien sabe que Dios lo ama de esta manera! Decir Feliz Navidad es desear a los demás que hagan esta experiencia del amor de Dios, de manera que Cristo sea para ellos su razón de ser, su seguridad, su felicidad.

La Navidad nos enseña a responder a este don de amor haciéndonos don para los demás, poniéndonos a disposición de todos, como Dios hizo con nosotros en el Niño de Belén. Él nos enseña a vivir para servir, no para ser servidos (cf. Mt 20, 28), a ejemplo suyo.


Algunas tradiciones para vivir cristianamente la Navidad en familia


Los que tuvimos la gracia de vivir de niños unas Navidades cristianas en familia, recordamos con alegría las hermosas tradiciones con que celebrábamos estas fechas. Cada cultura, elevada por la fe, ha dado diversas manifestaciones de piedad, de caridad y de alegría.

Todas ellas tienen en común el clima familiar. Jesús quiso nacer en una familia y Él quiere que vivamos la fe y celebremos la Navidad en familia.

Es muy importante que vivamos intensamente estas tradiciones dándoles todo su sentido, conscientes de que, como veíamos antes, muchas fuerzas luchan por diluirlas y transformarlas en cosas del pasado, sobre todo para las nuevas generaciones.

Adviento: tiempo de espera gozosa y vigilante

La finalidad del Adviento es acrecentar en nosotros el deseo de Cristo, esperándolo con la ilusión con la que se aguarda a la persona más querida.

En este camino estamos acompañados de María y José. Ellos, en su pobreza material, nos guían por un camino interior, hecho sobre todo de oración, para contemplar con los ojos del alma, llenos de asombro, el misterio de los misterios, la Encarnación. Es el momento de hacer una buena confesión y un propósito sincero en nuestra vida de seguidores de Cristo.

Son muchas las manifestaciones culturales que acompañan la Navidad. De los países anglosajones procede la tradición de los árboles de Navidad. En muchos países de América existen las posadas, que recuerdan a José y María buscando alojamiento en Belén. Son comunes a muchas regiones las representaciones teatrales o pastorelas, que tanto ayudan a imprimir en la imaginación de los niños los sucesos de aquella noche de Navidad.

Entre tantas formas de celebrar estas fiestas, me detendré sólo en dos, que ayudan mucho a vivir el Adviento en familia, y son la corona de adviento y el nacimiento o belén.


La corona de Adviento está hecha de ramas verdes de hoja perenne, que con su forma circular simboliza el amor de Dios sin principio ni fin, que se hizo hombre para darnos la vida eterna en el cielo. Las cuatro velas representan las cuatro semanas de Adviento y nos recuerdan que Jesucristo es la «luz del mundo» (cf. Jn 8, 12) que viene a iluminar la oscuridad en la que vive la humanidad a causa del pecado.

Cada domingo de Adviento (o en otro día oportuno) se reúne toda la familia para encender la vela correspondiente, acompañando este sencillo gesto con la lectura de un pasaje evangélico relativo a la Navidad. También se puede tener un breve momento de reflexión personal o de oración hecha en común, con algún canto apropiado. El encender cada semana una vela nos ayuda a vivir en la espera y nos hace ver que la luz de Cristo nos ilumina también a nosotros cada vez más, a medida que le conocemos mejor cada día y nos abrimos más a su gracia.


La tradición de los belenes o nacimientos, es seguramente una de las más hermosas y difundidas que existen. En un hogar cristiano no debería nunca faltar un nacimiento, aunque sea sencillo. El belén nos recuerda el ambiente en que sucedió históricamente el nacimiento de Cristo y nos ayuda visiblemente a considerar la ternura, la sencillez, la pureza, la humildad, la pobreza con que Jesús nace.

Por eso es muy recomendable hacer del nacimiento el centro de los preparativos y de la vivencia externa de la Navidad. Su preparación puede convertirse en un momento en el que participe toda la familia, sobre todo los niños. Elijan bien el lugar donde lo colocan, un espacio que se preste para contemplar el gran misterio de la Encarnación. ¡Qué maravillosa oportunidad les ofrece el nacimiento a los padres de familia para enseñar a sus hijos el amor que Dios nos tiene al hacerse hombre por nosotros! Todos estos preparativos de la Navidad sirven también para crear una alegre atmósfera espiritual.


Nochebuena y octava de Navidad


El día de Navidad ha tenido siempre un entrañable sabor familiar. Muchas familias tienen la tradición de reunirse antes o después de la cena de Nochebuena, o el día de Navidad, para recogerse en oración unos minutos en torno al belén. Allí, un miembro de la familia, por lo general el más pequeño, coloca en el pesebre la imagen del Niño Jesús, en medio de la alegría de todos. Se suele leer también el pasaje evangélico de san Lucas de la Navidad (cf. Lc 2, 1-20) y concluir con una oración en común o con el canto de un villancico. Este gesto, a la vez sencillo y solemne, es una manera de poner en el centro de la Navidad, no la cena o los regalos, sino a Cristo.

De igual modo, es muy hermosa la costumbre que en muchos hogares se conserva de reunirse toda la familia durante los días de Navidad unos momentos ante el belén para rezar el rosario juntos o también, antes de retirarse a descansar, para despedirse del Niño Jesús con el canto de un villancico, con una oración o con un beso al recién nacido en señal de amor y adoración.


Navidad: la fiesta de la caridad y del servicio


Si la Navidad, como decíamos, es la fiesta del amor de Dios que se dona a nosotros en su Hijo Jesucristo, en este tiempo debe resplandecer también el amor entre los hombres. Y el amor comienza por la propia familia, porque el mejor regalo que podemos hacer a nuestros familiares, antes que cosas materiales, es nuestro tiempo, es el perdón de los roces y ofensas que se hayan dado entre nosotros, es el disfrutar juntos esos momentos de convivencia.

Pero la Navidad nos presenta una ocasión estupenda también para compartir con los demás, sobre todo con los más necesitados, el gran tesoro de nuestra fe y lo poco o mucho que podamos tener. Son muchas, gracias a Dios, las obras de caridad cristiana que los miembros del ECYD y del Regnum Christi realizan durante este período, sobre todo en familia.

Conozco, por ejemplo, a empresarios que, acompañados por alguno de sus hijos, visitan durante el Adviento a sus obreros en sus casas, para convivir con ellos, y aprovechar para llevarles algún detalle. Hay familias que tienen muy claro que la Navidad es tiempo de compartir y así quieren enseñárselo a sus hijos. Muchas tienen la costumbre de irse un día toda la familia a los asilos de ancianos, a los orfanatos, o con la gente de escasos recursos, para cantarles, llevarles la alegría de la Navidad, ofrecerles un consuelo espiritual y algún regalito. Son maneras de vivir en familia la caridad y generosidad propias del espíritu navideño.


Queridos amigos y miembros del Regnum Christi, en estos días de Adviento los tendré muy presente en mis oraciones para pedir que su Navidad se parezca un poco más a aquella primera de Belén, donde reinaba más el silencio de la contemplación que el ruido de la calle, el calor del amor que la frivolidad del mundo. ¡Y es que Dios nos pide tan poco, se conforma con unas sencillas briznas de paja en nuestro corazón!


Deseándoles una santa y feliz Navidad en familia, me despido suyo afmo. y s.s. en Jesucristo,

Marcial Maciel, L.C.

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